La tarde mustia cae, el sol de olvido...
En este campo, de papel y calma,
el lápiz escribe, sin queja o gemido,
la dura letra que le dicta el alma.
Verdades no sangra; eterna es su luz
que no conoce la sombra de la cruz.
La tarde mustia cae, el sol de olvido...
En este campo, de papel y calma,
el lápiz escribe, sin queja o gemido,
la dura letra que le dicta el alma.
Verdades no sangra; eterna es su luz
que no conoce la sombra de la cruz.
¡Oh, maravilla insólita y moderna!
¡Lápiz gentil, de ingenio singular!
No guarda en su seno grafito o arcilla tierna,
mas tiene un alma que no ha de expirar.
No temas tú, con plúmbea desventura,
quebrarse al golpe, cual frágil cristal;
que tu cimera, de estirpe más pura,
es duro metal, perenne y letal...
¡Letal al tiempo! que a tu cuerpo fiero
no mella en vano su filo cruel.
¿Quién te afiló? ¿Qué mano de herrero
forjó tu punta, que no pide miel
del hueco cono, llamado sacapuntas?
¡Jamás la viruta te verá caer!
Tu aleación de bismutos
y presunta
es la promesa de un eterno ser.
Si un trazo deja tenue y algo pálido,
no es la blancura que la luz desata,
¡es el rastro inmortal del polvo válido
de un metal que al papel se oxida y se ata!
¡Atrás, el arte vil de la borradura,
si mancha el dedo con turbio fulgor!
Tú dejas limpia, con firme apostura,
la historia escrita, sin sombra o error.
¡Digna herramienta de un nuevo mañana!
¡Noble artificio de mortal saber!
Tu estirpe dura más que la porcelana,
pues tu eternidad da gloria al menester.
Del alma brota el trazo sutil
hada que el tiempo ignora y nunca ha de morir.
Es sombra tenue que en la luz callada
no pide mina, ni teme el sentir.
La leve marca, sin ser nunca tinta,
es la promesa que la mano pinta.